Durante todo el 2019 y por algunos momentos del 2020 observé y registré lo que sucedía en una banca del parque frente a mi antiguo estudio.
Registraba momentos en los que la banca estaba sola, y lo hacía sobre todo pensando en poder registrar el momento en que esa soledad se viera irrumpida. Me dediqué entonces a observar lo que pasaba en ese plano y a permanecer atento a esos encuentros; el de la silla con alguna persona, el de las personas alrededor de la silla, y el mío con la escena.
Para mí, una silla ancha en un parque es fundamentalmente una invitación. Un elemento de mobiliario arquitectónico que demarca un espacio de espera, de descanso, de contemplación, y sobre todo, de encuentro. La silla, y la observación de la misma, se convirtieron en metáforas de la acción afirmativa y paciente de la espera del encuentro con otrx.
Invitado por la presencia de la silla, decidí incorporarme en la escena ya no sólo desde mi privilegiado y distante punto de visión espía. Quería percibir la dinámica del encuentro en esa silla y luego poder observarme en ella. Estuve ahí solo y también llegué al encuentro de personas que ya estaban allí.
En ese ejercicio, negociamos espacio y tiempos compartidos. Estuve ahí para configurar con otrx eso que en el espacio público — vital— compartido, podemos llamar “lo común”.
Esta composición de registro de video a cuatro canales da cuenta de las formas en que ese espacio se resolvió y lo que emergió en él durante ese tiempo.
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Ahora imagina todas las personas que se habrán sentado en esa silla. Todo lo que en esa silla se habrá discutido. Los encontrones que se habrán dado. Amistades y amores que habrán nacido o que habrán muerto. Imagínate las cosas que habrá escuchado esa silla. Imagínate a la gente que, sin darse cuenta, ahí se habrá enamorado. Imagínate la gente que se sentó siendo una y se levantó siendo otra. Imagina el giro sin retorno que más de uno habrá dado sin siquiera levantarse de esos pedacitos de madera anclados al piso.
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