En estos días pensaba en las caricias.
En el arrunche.  En cómo me hace falta.
Pensaba bobadas, y pensaba en usted.

Pensaba en sus manos. En la última vez que las toqué.
Así, como quien no quiere la cosa. Y en cómo eso me hizo sentir.

Me pregunto si usted se acuerda de eso.

Pensaba en por qué no está bien que le tome de la cara y le zampe un beso, así como porque sí.
Me preguntaba si usted quisiera que lo hiciera, ahora mismo.

Y me preguntaba ¿qué sentido tiene?
Qué sentido tiene su mano sobre mi rostro.

Me preguntaba por ese primer movimiento;
tímido, casi ridículo.
Pensaba en su rostro vulnerable,
a pesar de que sea usted quien tenga su mano sobre el mío.

Pensaba en por qué es diferente.

Por qué parece diferente acariciar a una mujer que a un hombre,
a un hombre que a un jarrón,
a un jarrón que a usted.

Me pregunto qué sentido tiene que se lo diga.

Espero no encuentre esta nota demasiado empalagosa.
Empalagosa, sí. Pero no tanto.


Si te digo que te quiero, ¿me crees?

Te quiero, bebé.