Como una botella al mar

Esta pieza se compone de una serie de acciones de mensajería de una sola vía. Con un espejo se refleja la luz del sol hacia cámaras de seguridad en un gesto esperanzado y con destinatario incierto, como el del náufrago que lanza un mensaje en una botella al mar. Estos mensajes fueron enviados en momentos de 2020, cuando las condiciones de aislamiento físico eran todavía muy estrictas.

Si bien la primera idea fue enviar un mensaje específico en pulsos de luz en clave morse, lo que subyace no es la efectividad del mensaje enviado, sino el acto mismo de buscar una comunicación con otrx del que no se sabe nada más que su posibilidad, pues ni siquiera se tiene certeza de su existencia.


En un primer intento por comunicarme, puse un espejo de baño en la casita de juegos del parque que está en frente a mi apartamento. Si a través del espejo yo veía la cámara desde el estudio, podía suponer que desde la cámara se veía la ventana desde la que yo miraba. Así podría hacer un puente entre la orilla de la cámara y la de mi apartamento.






















Como la mañana siguiente el espejo ya no estaba, salí al parque con un espejito de miscelánea y mandé varios mensajes más.































Aunque no sabía si alguien me estaba viendo, lo importante era intentar atravesar la distancia.

La cámara no era otra orilla,
era el mar.





























Hay algo de la contemplación de los planos de cámaras de seguridad en vivo que me gusta. Disfruto las composiciones y la sensación del tiempo que pasa en ellas. Y está el vértigo de la posibilidad de encontrar a alguien ahí. De saberse testigo de un momento único y de un encuentro imprevisible y accidental, fortuito e irrepetible.

Por esos días me preguntaba si desde internet pudiera ver la cámara de mi barrio. Si alguien más pudiera verme. ¿Con quién pudiera comunicarme? Si no desde mi barrio, desde alguna orilla en Bogotá.

Navegando en internet, un día di con la señal de una cámara con tan poca seguridad que de ella pude ver el nombre de la red interna a la que estaba vinculada: “Torre Madelena”. Como sabía que Madelena era el nombre de un barrio, fui entonces a dar una vuelta por google maps y, comparando la imagen de la cámara de seguridad con la del street view (tipo de ventanas, color del edificio, orientación de la luz del sol), di con el que creí era el edificio que desde la cámara se veía. Fue muy emocionante.

Tener la posibilidad de mandar un mensaje era todo lo que necesitaba. La posibilidad mínima de que alguien viera el mensaje era la posibilidad suficiente; la posibilidad significativa. Así que nos fuimos mi pareja (Pamela) y yo detrás de esa pista, de esa orilla.












 












No tengo idea de quién más haya estado ahí a esa hora. De quién pudo ver el mensaje. De si alguien más lo vio.

Y no importa. Ese momento se fue y estuvo bien.

Sólo sé que a través de la señal de una cámara de seguridad, de entre tantas cámaras cuya señal pudo haber en internet ese día, Pamela recibió el mensaje. Y eso fue más que suficiente.






























Luego me enteré de que entre el momento en que se llevaron el espejo de la casita del parque y el momento en que yo salí a buscarlo, pasaron poco menos de dos minutos.

Yo quería hacer una superficie de contacto entre dos puntos remotos a distancia a través del espejo. Lo que encontré fue un punto de contacto con un bache temporal, un encuentro en el objeto mismo del espejo a destiempo.

En el desfase —entre el momento en que el señor de mantenimiento se encontró el espejo y el momento en que yo fui a buscarlo— estuvo la distancia que no permitió el encuentro sincrónico.

A veces el desencuentro no se produce por estar distanciados en el espacio. Fue como si nos hubiéramos encontrado en ese espejo pero ya no en puntos remotos en el espacio sino en el tiempo.






















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