1.

Solidaridad y confianza

Entre 2013 y 2015 hice varias versiones de una acción que en ese entonces no tenía nombre. La premisa era sencilla: espacio público, ropa negra, ojos cubiertos, cuerpo relajado y expectante; a veces un labial rojo; una, dos, o a veces más personas a la espera.

La primera versión sucedió al mediodía del miércoles 9 de octubre (un día hábil cualquiera) de 2013 en la plaza central de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá. Era un espacio público bastante controlado, habitado casi en su totalidad por estudiantes que pasaban ahí el tiempo entre clases. Llegué todo vestido de negro (una camisa de manga corta y un pantalón), me ubiqué en la mitad de la plaza y, sin anunciar nada, empecé la acción.

Saqué del bolsillo un labial rojo vivo, me lo apliqué en la boca y lo guardé de nuevo. Saqué también una venda roja y cubrí mis ojos. Me tomé las manos tras la espalda e incliné mi cuerpo hacia adelante haciendo una ligera mueca con la boca.

Estaba ahí, solo, a la vista de la gente que comentaba. Oí murmullos pero no pude descifrar mucho (tal vez tampoco quería hacerlo). Me concentré en mantener la postura y el gesto de la boca.

En esas estuve no sé cuánto tiempo. Uno, dos, tres minutos. Quién sabe. Hasta que sentí una mano que se posó suavemente sobre mi hombro y unos labios que me dieron un tierno beso en la boca.

Seguramente se me salió una ligera sonrisa. Me sentía conmovido y nervioso, en medio de la plaza y de la gente a la que podía escuchar —también— emocionada.

Unos minutos después, sentí cómo me tomaban de la cara suavemente y me besaban otra vez.

Todo se sentía muy cariñoso.
 




Sin título (solidaridad)


2013-2015

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Estuve ahí por unos minutos y algunos besos más.

Al cabo de un rato erguí mi cuerpo, desaté la venda, miré a la gente y sonreí. No tenía las gafas puestas entonces no vi claramente, pero sentí que celebraban y sonreían también.

Di la vuelta y me fui tranquilamente.

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Cuando planteé la acción, estaba buscando poner a prueba códigos, fuerzas presentes en el universo de lo amoroso. Pero en realidad no sabía qué iba a encontrar. Viendo el registro y recordando la acción ahora creo que yo no estaba ahí como “Julián”. Yo era “una persona”, un “hombre anónimo” o mejor dicho, yo no era “yo”, era “alguien”. Y en ese sentido, lo que veo ahora en esos besos es un enorme gesto de solidaridad. Solidaridad con una persona desconocida —¿un colega artista, un par estudiante?— que se lanzó al vacío. Era un gesto afectivo delicado, diminuto, pero inmenso. Algunas personas recorrieron el abismo que nos separaba para hacer ese contacto pequeñito que me agarraba y me sostenía, como un enorme gesto de generosidad.






Sin título (solidaridad)


2013-2015


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En 2014, en un taller que compartía con amigxs, les pedí que hiciéramos un ejercicio parecido. La intención era más o menos la misma que en la ocasión anterior. La instrucción era que pasaran de unx en unx a un cuarto en el que sólo estaríamos esa persona y yo. Cuando entraban al salón, encontraban una silla solitaria frente a una cámara.

Le pedía a la persona que llegaba que se sentara en la silla y mantuviera los ojos cerrados unos minutos, en silencio.

Esperábamos ahí un rato.


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Ejercicios de confianza

2014


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Con la tranquilidad de sabernos en confianza, me permití sorprenderles con un tierno beso en la mejilla. 

Claro, tierno para mí, porque ellxs no sabían qué les iba a pasar. Estaban vulnerables, con los ojos cerrados, ante mí y ante la cámara. Casi todxs se sorprendieron con la irrupción de mi cuerpo con el suyo. En un contexto de “consentimiento informado” la reacción se habría parecido más a la que tuvieron después, al entender qué fue lo que pasó (más o menos la tercera o cuarta imagen de cada unx en esta documentación). Yo les estaba dando un beso en la mejilla y para ellxs estaba bien.

Por más tierno que fuera el contacto, por más confianza que hubiese entre nosotrxs, mientras ellxs no supieran qué iba a pasar y no se sintieran en el mismo contexto, no iban a reaccionar tranquilamente.

Con ese expermiento descubrí el agua tibia: el contexto, las condiciones, lo determinan todo.

Las “condiciones” impuestas (por mí y también las que nos precedían), condicionaron la forma en que experimentaron un gesto sencillo, que en un saludo cotidiano habría sido más bien irrelevante.